Estrenamos colaboración en nuestro blog con la maestra y pedagoga Anna Ramis, todo un referente en el ámbito educativo, muy especialmente en la relación familia-escuela. Es autora del libro “Familias y maestras, entendernos para educar” y asesora de forma habitual profesores, escuelas, ampas y grupos de padres con el objetivo de contribuir a una mejor educación por las criaturas. La hemos invitado a escribir a nuestro blog porque sus reflexiones nos acompañen el año de nuestro 50º cumpleaños.

“CUANDO NUESTROS PADRES O NUESTROS ABUELOS ERAN PEQUEÑOS, LOS BUENOS HÁBITOS EN LA MESA, ERAN UN SIGNO DE BUENA EDUCACIÓN”

Sin llegar a los extremos de los protocolos victorianos de los hábitos y conductas a mesa, sí que a muchos hogares y fuerza escuelas que ofrecían el servicio de comedor, se acostumbraba a los niños a seguir unas reglas y cumplir unas normas, a menudo sin muchas explicaciones y, a veces, bajo amenazas. Los niños y niñas obedientes, observaban estas conductas sin saber demasiado bien que los aportaban, y los más inquietos o con otras inquietudes, acababan castigados, porque todo ello era interpretado como ser o no ser muy educado.

Poder hacer una comida acompañada, con tranquilidad, orden e higiene es un placer. Pero quizás no es un placer instantáneo, hay que descubrirlo y cultivarlo. Cómo lo puede ser preparar una comida con cierta complicación, o ejecutar una pieza musical en grupo. La responsabilidad de los adultos educadores es de ayudar nuestros niños, niños y jóvenes a descubrir y cultivar los que consideramos los buenos placeres de la vida. El camino de aprendizaje tiene que contener ya algunos “bocaditos” del goce que perseguimos. Así mientras enseñamos un niño pequeño a comida sin hacer porquerías con los alimentos, a un niño a compartir con orden los elementos comunes que hay a mesa (la jarra del agua o las servilletas) o a un joven a tener tono adecuado de voz, que no moleste los compañeros con quienes comparte la comida, merece la pena hacerlos dar cuenta de las ventajas que esto tiene, de las bondades que nos aporta.

El espacio de aprendizaje de hábitos y de convivencia que supone el comedor cotidiano no ha estado ni es nada banal para la educación más básica de las nuevas generaciones.

“Un espacio educativo de comedor tiene que acontecer un momento de placer y goce”

Actualmente quizás hacemos hincapié en aspectos más vinculados a la sensibilidad medioambiental y a la alimentación equilibrada (¡Y de esto hay que hablar con los niños y niñas, porque tomen conciencia!) Pero no podemos olvidar que comer es mucho más que ingerir alimentos y gestionar su preparación y sus desechos. Comer juntos, compartir las comidas es un hecho comunitario, un acto social, que posee en juego valores y actitudes (por lo tanto, necesita su regulación con algunas normas). Un acto cotidiano que está formando hábitos de convivencia serena, de respeto mutuo, de ayuda y colaboración, de respecto al otro. Un acto cotidiano que no consiste en un trámite de ingesta paralela de alimentos dentro de un orden no entendido y vigilado por amenazas. Si no un espacio educativo de comedor en el sentido más amplio y positivo de la palabra, que tiene que acontecer un momento de placer y de goce.

La educación empieza por relaciones y hábitos totalmente cotidianos, y si estos son vividos con placer y alegría tienen muchas más posibilidades de ser apreciados y fijados en las conductas.

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